Según Plotino (205-270, filósofo griego neoplatónico, autor de las
Enéadas) las almas son realidades subsistentes, imágenes del Ser,
divinas e inmortales, unificadas en la Unidad del Alma Universal o Fuente.
Su presencia
en los cuerpos es involuntaria, pues su misma naturaleza las lleva a vivificar
los cuerpos, a difundir el Espíritu en la dimensión material, de por sí
inconsistente.
La encarnación de las almas es al mismo tiempo un proceso
positivo, en cuanto el Espíritu se difunde, y negativo, pues su vida en los
cuerpos les lleva al riesgo de dispersarse en lo múltiple, a ocuparse
excesivamente de algo que no les corresponde por esencia. Por eso, después de
la muerte, terminada su función vivificadora, las almas volverán a ejercitar de
modo pleno la actividad contemplativa, hasta que nuevamente, a causa del deseo de
vida, descenderán, generando un nuevo cuerpo.
No es el descenso el único movimiento de las almas. Igual que el alma tiene un movimiento contemplativo, en torno al Ser, las almas poseen también un movimiento ascendente hacia lo Divino. Y si el Principio es el Uno, la identidad absoluta, para poder alcanzarlo, el alma deberá recorrer un camino ascendente que pasará por sucesivas etapas, cada una de las cuales supondrá un progresivo grado de Unidad.
No es el descenso el único movimiento de las almas. Igual que el alma tiene un movimiento contemplativo, en torno al Ser, las almas poseen también un movimiento ascendente hacia lo Divino. Y si el Principio es el Uno, la identidad absoluta, para poder alcanzarlo, el alma deberá recorrer un camino ascendente que pasará por sucesivas etapas, cada una de las cuales supondrá un progresivo grado de Unidad.